Tandil Histórico - Leyendas

Fotos Gentileza de Jorge Di Nucci

LEYENDA EL CENTINELA

Leyenda del CentinelaEran los primeros tiempos del Fuerte Independencia, que había incrustada su avanzada civilizadora entre los ricos valles y serranías de la hoy floreciente TANDIL. Algunos soldados que se aventuraban, en vespertinas cacerías hacia los inexplorados rincones de las serranías, habían traído la noticia o la leyenda de una extraña jovencita, de piel blanca, de hermoso porte, que como una gacela sorprendida, desaparecía con habilidad en cuanto se apercibía de ser observada, siendo inútil después cuanto se hiciera para volver a encontrarla. AMAIKE era una extraña flor de la región. Su madre, india, había muerto cuando ella era muy niña. Vivía junto al cariño de su padre, un hombre ciertamente curioso en su aspecto y que, por otra parte, denunciaba su ascendencia extranjera, y puede ello admitirse, que era hijo de la cautiva de un gran cacique. AMAIKE había heredado la fortaleza de la raza aborigen y una belleza asiática que, si bien hallaba apropiado marco en tan preciosos lugares, contrastaba con la rusticidad de las hijas del lugar. Su vida natural, en constante ejercicio y a plena luz y sol, había dado a su cuerpo de moza una esbeltez y flexibilidad que unidas al tinte claro de su piel y a la extraña belleza de su rostro y de sus ojos, la habían convertido en una especie de diosa del paraje.
Los aborígenes respetaban a AMAIKE como cosa sagrada. Los sencillos pero valientes pobladores de los valles y del llano, crueles con sus declarados enemigos, pero en el fondo blandos y susceptibles a la superstición, encontraban algo de divino en aquella criatura un tanto misteriosa, de belleza no común, cuya mirada serena, pero profunda, los hacía mantener distancia, en respetuosa contemplación. Pocas veces se alejaba del lugar en que había nacido. Solo en oportunidades se distanciaba de su choza, oculta entre rocas y el follaje, cuando las quietas tardes primaverales llenaban los aires de perfumes y regalaban a la vista el verde nuevo de la vegetación. Cruzando ágilmente los arroyos y lomas encrespadas de rocas recorría sus dominios naturales, como una reina sin vasallos, con la sana alegría de la vida y la juventud. Desde lo alto de una colina rocosa, un mocetón indio, gigante y fuerte, hijo de un cacique que fuera desplazado de su tierra natal por los nuevos dominadores del desierto solía vigilar inmóvil horas enteras, hasta que el sol se perdía en el horizonte, a la espera de esa maravillosa aparición de la muchacha.
Al principio la miraba como a una diosa, encandilado y cauto, a la distancia.
Más adelante, saltaba a su encuentro en cuanto la divisaba, ganando a poco, con su destreza y su arrogancia, la confianza de AMAIKE hasta inspirarle el mismo sano y dulce amor que por ella había nacido. Él, vigilante, todas las tardes se situaba en su natural mirador de la colina, como un centinela y paciente esperaba las cada vez más frecuentes salidas de la hermosa muchacha. El amor los iba atando firmemente y en sus lazos, ambos jóvenes se entregaban con la ilusión de sus vidas en flor.
Tan repetidas fueron las salidas de AMAIKE, de su oculta vivienda, que los soldados del fuerte tropezaban con su visión más de continúo y aunque se les escurría con la facilidad de siempre, el comentario de tan extraña pobladora de los valles se convierte en una especie de leyenda en la población.
Dos soldados que hicieron una entusiasta descripción de la silvestre muchacha mientras bebían en el bodegón del naciente pueblo, al recibir como pago una incrédula carcajada general, negaron haber tenido visiones de borrachos y juraron traer prisionera a la "endiablada" y blanca indiecita, a fin de justificar su narración. Alguna base tenían para arriesgar ese juramento. Unos de los soldados había sospechado del periódico encuentro de la jovencita serrana con el indio valiente que desde una colina lejana permanecía firme y desafiante. Así es que a fuerza de vigilar, apostados en los senderos, lograron sorprender a la escurridiza muchacha. Esta, que nunca había sabido de violencias, pero que era fuerte y curtida, luchó desesperadamente y se defendió con coraje y decisión para no perder la libertad que la alejaba de sus prados y de su amor... Pero nada pudo hacer... Ya en plena noche, los tenaces soldados regresaban complacidos, y al franquear la entrada del fuerte, vióse con ellos a la más hermosa de las prisioneras.
Los rústicos candiles alcanzaban a iluminar aquella figura escultural, cuyo rostro expresivo no perdía encanto ni siquiera a través de la mezcla de temor y desafío de sus grandes ojos, sorprendidos y acusadores. Ansiosos los captores de culminar su hazaña ante los ojos incrédulos de los parroquianos del bodegón, hacia allí se dirigía la singular caravana cuando... Nadie pudo explicar el descuido. Al verse AMAIKE fuera del fuerte, que tanto la había aterrado, o la visión de la posible libertad, le dieron tan singular impulso que habría de intentar desesperada fuga, aun a costa de ligaduras de las que no fuera liberada del todo al llegar. Tras un sorpresivo brinco, con agilidad felina puso alguna distancia entre sus torpes captores y se perdió en la impenetrable oscuridad de la noche. Pero un chapalear del agua del profundo foso hizo suponer que se había arrojado a él, temerariamente para despistar a sus perseguidores, o quizás que había caído involuntariamente en la infranqueable zanja...
Al día siguiente, con las primeras luces de la madrugada, se tuvo certeza de que AMAIKE, había quedado prisionera de las aguas, de las cuales no había podido defenderse con sus hábiles recursos, a causa de las ligaduras de sus manos. Muerta para siempre, su recuerdo no tardo en apagarse y su existencia fue atribuida únicamente a la leyenda. Pero, en lo alto de la colina, por los días y los días, el atlético indio que aguardaba siguió firme en su mirador, con la esperanza ya vana, de volverla a ver. Su figura se hizo habitual para quienes dirigían la mirada hacia la colina y su silueta se recortaba constante, inmutable, en el cielo de la tarde. Su obstinada quietud, lo hacían semejar a una roca, desafiante a los vientos, las lluvias y los intrusos. No se sabe en que momento, o a raíz de que milagro de su quietud eterna, llegó a convertirse en una verdadera piedra...
Y hoy, desde lo alto de la sierra como un misterioso vigía de la comarca, se yergue, firme, arrogante y siempre con ese extraño desafío, la enorme mole denominada justamente "EL CENTINELA".
Quienes visitan el lugar, creen adivinar a través de los contornos de la erguida piedra, la figura imperturbable de quien espera todavía fiel a su amor, a la que nunca más volverá.

LEYENDA DE LA MOVEDIZA

Cuando el Puma se liberó

Leyenda de La MovedizaLa piedra movediza de Tandil, famosa en la región aunque cayó hace más de ocho décadas, mantenía un delicado equilibrio para el que ninguna explicación fue suficiente. Pero una leyenda cuenta que un puma había sido apresado en un montículo de rocas y que las movía enfurecido en su deseo de quedar libre

Entre las sierras que quiebran la planicie bonaerense se destacan los macizos de Ventania y de Tandilia, pequeñas elevaciones de formas pintorescas. En Tandil se ha construido sobre una de las sierras el Calvario, en donde cada Semana Santa se recuerda el Drama del Gólgota. El Centinela, una piedra vertical que corona la cima de otra elevación, parece montar guardia en el silencio del paisaje. Pero, sin duda, la más famosa roca del conjunto es la Piedra Movediza, un interesante fenómeno de la naturaleza que recibió ese nombre por el eterno vaivén que atraía a los turistas.
Sin embargo, el 29 de febrero de 1912 la piedra cayó al vacío sin que hasta el presente se haya podido explicar el motivo de su equilibrio o de la caída.
Como era costumbre entre los primitivos habitantes de nuestro país, los fenómenos naturales siempre tenían una explicación por medio de una leyenda.
Los indígenas que vivían en esas tierras consideraban que la Luna y el Sol eran fuerzas todopoderosas, capaces de transformarlo todo y poseedoras de verdad. Eran para los nativos como dos esposos gigantescos, creadores de la pampa. Desde entonces, el Sol, aliado de las criaturas que habitaban en el mundo, enviaba su luz benefactora sobre la Tierra durante el día, mientras que la Luna lo vigilaba por las noches.
Un día los hombres notaron algo extraño en el Sol: lo vieron palidecer, casi extinguirse. Era un puma gigantesco y alado que lo acosaba. Los más hábiles guerreros decidieron atacar al puma con sus flechas y una de ellas dio en el blanco, hiriendo el lomo del animal. El monstruo rugía terriblemente por lo que nadie se atrevía a acercarse y ultimarlo.
Entonces el Sol, que había recobrado su apariencia risueña, brindaba su mejor luz. A la hora acostumbrada se ocultó. Salió la Luna y al ver al puma aún con vida comenzó a tirarle piedras.
Tantas y tantas cayeron que se amontonaron formando la sierra de Tandil. La última piedra dio sobre la punta de la flecha y en ella quedó clavada. Pero el puma, aunque enterrado, no había muerto. Al apuntar el alba se estremecía de rabia como si quisiese atacar de nuevo al Sol.
La flecha se movía y hacía oscilar la piedra en dirección al astro. Y así entendían los aborígenes el movimiento de la roca tandilera.

MANANTIAL DE LOS AMORES

Manantial de los AmoresVivían en un rancho humilde un criollo viejo y su hija llamada Andrea, una morochita cuyos ojos eran como estrellas. Ella adoraba a su anciano padre... hasta que conoció a un hombre a quien adoró locamente. Murió el viejo criollo y Andrea quedó solita en el mundo.

Después, poco a poco, el amante dejó de acudir a la cita y los ojos de Andrea cobraron un brillo extraño. Una noche, por las hondonadas se escuchó un canto doliente, quejumbroso... La linda paisanita con su clamor inútil, llamaba al amante que ya no volvería jamás.

Desde ese entonces nunca se supo el paradero de Andrea, pero muchos afirman que en aquel lugar y en las noches de luna, se veía la silueta de una mujer; visión que musitaba un canto tierno, dolorido, apasionado..

Y esta es la leyenda de ese paseo que siempre se ha llamado "El Manantial de los Amores".

CERRO LEONES

En aquellos remotos tiempos los aborígenes que ocupaban las verdes praderas cercanas a las sierras de la "Piedra Viva" no tenían mas enemigos que algunas tribus guerreras que solían llegar de tierras más cálidas. Pero esto ocurría sólo tras largos períodos de tranquilidad. Por otra parte, de tiempo en tiempo, en un increíble vehículo de luces, bajaban del cielo unos curiosos y arrogantes viajeros. Como no causaban daños y por lo contrario, parecían proteger a los pampas, estos los consideraban como a seres superiores, especie de semi dioses y amigos. En cada llegada, los viajeros requerían la colaboración de "Naincú" (águila), la hechicera de la tribu, para recoger buena cantidad de hojas de "cayupa", una plantita rastrera que no abundaba pero que servía a los forasteros para algún menester no revelado.

No fue entonces casual que la hechicera "Naincú" hubiera almacenado en su choza una respetable cantidad de la buscada hierba. Un plan tenía...

Porque Moraida, la bella hija de la hechicera, andaba en amores con "Necolché" hijo mayor y heredero del Cacique y el proyecto de la bruja era concretar el casamiento para bien de su hija y... de sus planes de poder. Una sombra se cernía sobre la tranquilidad de la serrana toldería: llegaban noticias de que los ranqueles rondaban, cada vez mas cerca en sus bélicas correrías, alzándose con cuanto les resultara de valor.

Desde lo alto de una colina rocosa, un mocetón indio, gigante y fuerte, hijo de un Cacique que fuera desplazado de su tierra natal por los nuevos dominadores del desierto solía vigilar inmóvil horas enteras, hasta que el sol se perdía en el horizonte, a la espera de esa maravillosa aparición de la muchacha.

El temor ya cundía en los azorados pampas, pero al igual que en otros momentos de peligro, apareció un "carro del espacio". Los visitantes incitaron a los tranquilos lugareños a ejercitar sus armas y sus recursos defensivos.

Tan repetidas fueron las salidas de AMAIKE, de su oculta vivienda, que los soldados del fuerte tropezaban con su visión más de continúo y aunque se les escurría con la facilidad de siempre, el comentario de tan extraña pobladora de los valles se convierte en una especie de leyenda en la población.

Mas, éstos consideraban que todo sería inútil para oponerse a aquellos avezados y crueles guerreros.

A todo esto los viajeros del espacio, desesperados por no conseguir una brizna de la buscada hierba, localizaron a la hechicera que había permanecido recogida en su extraña choza. Antes el interés de los visitantes, la bruja concertó con ellos un curioso pacto: ella llevaría hasta el "carro volador un buen fardo de "cayupa" antes de la media noche. Pero los forasteros, con sus misteriosos recursos, deberían a su vez ayudarla a realizar algo concreto en favor de la seguridad del pueblo pampa y que a su vez sirviese para impactar al viejo cacique acerca de sus mágicos y renovados poderes.

Una entrevista de "Naincú" con el preocupado cacique concluyó con otro pacto: si ella, con los nuevos poderes que decía haber desarrollado, conseguía levantar alguna muralla u otro medio de protección para sus dominios y su gente, como prueba de la renovada confianza del jefe, podría ver a su bella hija Moraida, desposada muy pronto con el heredero.

Media noche. El "carro del cielo" encendió sus poderosas luces y pronto surco el firmamento, como una estrella fugaz. "Naincú" quedó preocupada. Los viajeros del espacio, una vez recibida la "cayupa" no dieron muestras de cumplir su promesa. Ni murallas, ni foso, ni barranco alguno, que pidieran protegerlos de la ambición y rapiña de otras tribus guerreras...

Se durmió al fin la bruja. Y por la madrugada fue despertada por el alboroto de la chusma. Todos reían y la agasajaban. Al salir de la choza vio que uno de los cerros cercanos, hacia el poniente, había cambiado su forma por la de un inmenso león agazapado, mientras otro sector de la ladera delimitaba claramente la silueta de un segundo león, en descanso también, pero tan vigilante como él primero... Se consideró, y así fue por mucho tiempo, como una segura protección la presencia de esos gigantes leones que, aunque de piedra, atemorizaban a la distancia a los posibles invasores. El caso es que por años y años no hubo enemigos que se atrevieran a desafiar a aquellos impresionantes guardias.

En su oportunidad, Necolche desposo a la encantadora Moraida, tocándole gobernar la tribu en momentos de plácida felicidad. Los viajeros celestes no llegaban casi nunca, señal que las cosas marchaban bien en el valle. Era evidente que habían cumplido la promesa hecha a Naincú de asegurar una prolongada época de tranquilidad.

Cuando los blancos finalmente invadieron la zona, desde el naciente, y fundaron la hoy ciudad de TANDIL, aquel promontorio de granito no necesito ser bautizado: se lo nombró siempre como el CERRO DE LOS LEONES...

Un día se estableció allí una importante cantera. Desde Tandil se trazo un ramal ferroviario y nació un pintoresco pueblito: Cerro Leones, cuna de destacados valores del deporte, música popular.

Hasta no hace muchos años, cuando los barrios aledaños a Tandil eran aún verdes lomas y praderas, podía observarse hacia el noroeste, el gran león de granito sentado, que originara esta leyenda y diera definitivo nombre al paraje.

(Poco a poco, la incesante extracción del granito y la explosión de los barrenos, hicieron cambiar la fisonomía del cerro, hoy a punto de desaparecer totalmente...)